REFLEXIONES DE URINARIO
A estas alturas todos los géneros parecen agotados. En una crisis que abarca no sólo las letras sino todas las artes, las que eran bellas ya no lo son y, ¿qué esperar de las otras? Aborrezco particularmente los engendros que abundan en las artes plásticas. Engendros que además ni siquiera tienen la virtud de ser novedosos. Un urinario expuesto en un museo, noventa años atrás era provocación. Ahora -y todavía hay quien lo hace- es sólo ridiculez.
En la literatura también parece extinta la intención de descubrimiento. El discurso descriptivo que Valéry aborrecía ha muerto, es cierto. La marquesa salió a las cinco rumbo a su propio funeral. Pero a su vez el puro automatismo de la mente, después de haber abierto el camino, fue abandonado como los restos canibalizados de un cadáver exquisito.
"Hoy en día ya nadie se escandaliza", contaba Buñuel que le dijo un abatido André Breton, pocos meses antes de morir. Y sin embargo manadas de hienas siguen husmeando entre los despojos, buscando arrancar un gritito de pavor a las señoras de buena familia. Sin éxito, por supuesto, porque ya lo hemos visto todo y las buenas familias naufragaron en el proceloso mar de la postmodernidad.
¿Un caballo disecado colgando de la cúpula de la Tate Gallery? ¿Un autorretrato desnudo con chuletas de puerco cubriendo la genitalia? ¿Una instalación de miembros mutilados esparcidos por las calles de Bagdad? ¿Monólogos de cien páginas sin puntos ni comas? ¿Sexo en vivo? Por favor señores, un poco de imaginación. Todo eso y más se consigue con unos minutos de "zapping".
Más imaginación. Más ingenio. Menos tremendismo, menos seriedad, menos pedestales, menos visitas guiadas. Hay que rescatar las obras de los museos, ahora que las musas los han abandonado y no son más que bancos del arte. Las vanguardias intentaron hacerlo con un ataque frontal a los convencionalismos. Un mingitorio en una exposición acabó con la antigua noción de belleza, fue punto de partida para entrar en un terreno inexplorado y logró indignar incluso a Nueva York. Pero hoy no estamos carentes de escándalo sino de asombro. Necesitamos algo que nos deje aterrados o sonrientes o curiosos, pero siempre boquiabiertos. Algo que sea nuevo. Y sobre todo: que sea sincero.
En la literatura también parece extinta la intención de descubrimiento. El discurso descriptivo que Valéry aborrecía ha muerto, es cierto. La marquesa salió a las cinco rumbo a su propio funeral. Pero a su vez el puro automatismo de la mente, después de haber abierto el camino, fue abandonado como los restos canibalizados de un cadáver exquisito.
"Hoy en día ya nadie se escandaliza", contaba Buñuel que le dijo un abatido André Breton, pocos meses antes de morir. Y sin embargo manadas de hienas siguen husmeando entre los despojos, buscando arrancar un gritito de pavor a las señoras de buena familia. Sin éxito, por supuesto, porque ya lo hemos visto todo y las buenas familias naufragaron en el proceloso mar de la postmodernidad.
¿Un caballo disecado colgando de la cúpula de la Tate Gallery? ¿Un autorretrato desnudo con chuletas de puerco cubriendo la genitalia? ¿Una instalación de miembros mutilados esparcidos por las calles de Bagdad? ¿Monólogos de cien páginas sin puntos ni comas? ¿Sexo en vivo? Por favor señores, un poco de imaginación. Todo eso y más se consigue con unos minutos de "zapping".
Más imaginación. Más ingenio. Menos tremendismo, menos seriedad, menos pedestales, menos visitas guiadas. Hay que rescatar las obras de los museos, ahora que las musas los han abandonado y no son más que bancos del arte. Las vanguardias intentaron hacerlo con un ataque frontal a los convencionalismos. Un mingitorio en una exposición acabó con la antigua noción de belleza, fue punto de partida para entrar en un terreno inexplorado y logró indignar incluso a Nueva York. Pero hoy no estamos carentes de escándalo sino de asombro. Necesitamos algo que nos deje aterrados o sonrientes o curiosos, pero siempre boquiabiertos. Algo que sea nuevo. Y sobre todo: que sea sincero.
2 Comments:
Estoy de acuerdo con Monod en su excelente análisis. En verdad, pasa con el afán de ruptura lo que Octavio Paz afirmó brillantemente: termina volviéndose rutina.
No olvidemos que el mercado del arte se alimenta de la banalización de todo: de lo que antes fue escándalo y de cualquier ocurrencia susceptible de llevar una marca que la venda al mejor (im)postor.
Claro, no todo discurso plástico o ensayo vanguadista post-Duchamp puede ser despachado por repetitivo o desfasado. Existió Beuys. Existe Tapiès. Pero, ciertamente, como tú afirmas, hay mucho engendro calcado de los desechos de hace cien años. Es lo que abunda. Los ejemplos que das son elocuentes. Todos, incluido el del autorretrato desnudo.
De todos modos, más que agotamiento de géneros o de formas, lo que creo que hay es agotamiento en los artistas o creadores. Preocupados por la moda, por lo supuestamente "novedoso", por el deseo de "epater" y, especialmente, por el implacable mercado, han dejado de vérselas a solas con las imágenes que de verdad les pertenecen y con los viejos lugares comunes de la vida. Llegar al museo con cualquier cachivache es válido, porque el museo modifica con su "autoridad" el cachivache. Es la ley que lastimosamente ampara la globalización de esos vacíos estéticos.
También la literatura ha sufrido el flagelo de la trivialización, sobre todo la narrativa. Por fortuna, la poesía, aunque no ilesa, ha sido menos domesticable. Como dijo Breton, ella suele irse a la catacumbas cuando los tiempos le son hostiles.
Lo malo, Monod, no es que no haya algo nuevo, sino, como tú lo planteas: que no haya sinceridad.
A Borges le preguntaron un día si tenía interés por algún escritor nuevo. Respondió: "Sí. Hay por ahí uno llamado Virgilio". Más que una simple boutade, Borges acuñaba así una recusación, no contra lo nuevo, sino contra la novelería.
Saludos de
Altazor
Sé que Monod disfrutará (o disfrutó) el delicioso Diccionario de las Artes de Félix de Azúa. Está en Planeta. Lleva dos ediciones. Y no se trata de un diccionario. Es una obra maestra del ensayo sobre el arte.
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