domingo, noviembre 27, 2005

TELEGRAMA N°1

A TODOS LOS NEONACHISTAS:

TODO TRANQUILO EN LA BASE (punto) SALUDOS A IZZY CUYAGUA (punto) LAMENTO PERDERME DESPEDIDA SOLTERO BODA NO TANTO (punto) BIENVENIDOS EL Y SENYORA CUANDO GUSTEN (punto) TRAER DISCOS COSMONAUTA Y LEPRINCE PARA PIRATEARLOS (punto) EMBRIAGAOS PERO NO DE VINO (punto) ENTREGAR CARTA A DULCINEA (punto) EN BARCELONA COMER EN EL RAA DETRAS DE LA BOQUERIA (punto) AQUI CALOR HIJODEP USTEDES ESPERO DISFRUTEN NEVADAS (punto) ANUNCIAR LLEGADA PARA IR A BUSCAR MIS COBRES A CARACAS (punto)

¡ABAJO EL TRABAJO!

GUY

domingo, noviembre 20, 2005

GUY MONOD, LECTOR DEL QUIJOTE

Leer el Quijote fue como escalar una montaña, o como correr un maratón. Inicié con paso firme, a buen ritmo que mantuve por un tiempo. Luego, hacia la mitad del trayecto el cansancio se fue haciendo insoportable. Encontraba excusas de todo tipo para abandonar, y sólo una gran fuerza de voluntad (o como la llamo yo: mi terquedad ibérica) me permitió superar esta "crisis de la lectura media" y continuar. Me di cuenta de que el fenómeno que los corredores de fondo llaman el segundo aliento se produce también en los lectores quijotescos. Los últimos capítulos del libro son, en mi opinión, los más amenos y por otro lado ya a esa altura me había acostumbrado al lenguaje y el ambiente de España en el siglo XVI, al punto de pensar con acento manchego y soñar con antiguos manuscritos en latín. Percibí cómo mi evolución como lector iba acompasada con la evolución del discurso cervantino. Extraña sensación, también vi a los dos ilustres arquetipos desprenderse de cualquier voluntad ajena, dejándole a Cervantes apenas la tarea de escribir y a mí, la de leer.

Leer el Quijote es, sin duda, una tarea que requiere una gran paciencia. Después de emprenderla, sin embargo, sentí cómo poco a poco, superado el aburrimiento, me fui encariñando con los dos protagonistas y con el autor de la obra. Se convirtieron en una presencia casi física. Aquí residió -y hablo de mi experiencia personal como lector- su grandeza. El lenguaje de Cervantes no me conmovió como pueden hacerlo algunos pasajes de Quevedo o de Góngora, y considero que hablar de la "lengua de Cervantes" es injusto o, por lo menos, inexacto. No soy crítico literario ni quiero serlo, pero afirmo que lo trascendente del Quijote (tanto del libro como del personaje) es la supremacía del fondo sobre la forma, del mensaje sobre el estilo, del ser sobre el parecer. Góngora puede deleitarnos con versos como "Era del año la estación florida" o con metáforas como la de los "raudos torbellinos de Noruega". Del Quijote, en cambio, no recuerdo ninguna frase particularmente hermosa. Pero esa falta de afectación es su fuerza, y la eficaz naturaleza de sus diálogos demolió las formas literarias de su época, como un ejército de campesinos quemando una catedral barroca, dejándonos el espíritu eterno de sus personajes.

Después de la época de los antiguos griegos, pocas son las historias que han podido entrar en la mitología de la civilización occidental. La de Don Quijote y Sancho, sin duda, es una de ellas. Ha sido objeto por lo tanto de infinitos análisis y análisis de análisis. Sin embargo, hay una de sus lecturas que prefiero de entre todas ellas: la historia de Don Quijote y Sancho como monumento a la amistad. Sancho, a pesar de las incomodidades, la escasa paga y los muchos molimientos no abandona a Don Quijote, quien a su vez a pesar de las infinitas torpezas de su escudero lo protege e intenta, por medio del ejemplo y de los consejos, elevarlo de su condición de labrador ignorante a la de conductor de hombres. Ya no se separarán jamás, y representan para mí la invencible fuerza del afecto y la solidaridad frente a un mundo moralmente miserable.

Así, ciento setenta y tres días después de iniciada su lectura, logré llegar al final de mi estática peregrinación. Desde un catre en el Orinoco yo también enfrenté molinos de viento, también comí hasta hartarme en las bodas de Camacho, también descendí a la cueva de Montesinos. Ahora, cumplida esta fazaña, pienso hacer una hoguera con mis libros y entregarme por un tiempo a todo tipo de placeres sensuales para evitar que se me seque el cerebro y me vuelva loco. Porque "omnia saturatio mala libris autem pessima"*. Vale.


(*) Todo exceso es malo pero el de libros es peor.